Durante mucho tiempo la identidad del mayor dramaturgo desde el siglo de Sófocles y Eurípides fue un misterio. Tan es así, que era opinión extendida que detrás del nombre de William Shakespeare se ocultaba algún gran personaje, sino varios. Todavía Freud, recurriendo a la técnica psicoanalítica, suponía que el autor de los dramas shakespeareanos era Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford.
A día de hoy las dudas se limitan a cuestiones más bien textuales, eruditas. Sabemos que existió un William Shakespeare, bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratford-on-Avon,
pequeña ciudad próxima a Londres, que adquirió notoriedad en vida como
actor y, sobre todo, como autor. Ahora bien, nuestras lagunas respecto
de muchas circunstancias vitales siguen siendo considerables.
William fue el tercero de los ocho hijos que tuvieron John y Mary Arden.
El padre era alcalde de Stratford y fabricante de guantes, un hombre
acaudalado aunque, ya mayor, tendrá problemas con la bebida. La familia
de la madre tampoco tenía problemas económicos, sino todo lo
contrario. Por lo tanto, William no parece que haya pasado ningún tipo
de penuria material en su infancia.
En el año 1582 William Shakespeare se casó con Anne Hathaway, ocho años mayor que él. Sin embargo, poco después William se marcha a Londres
dejando en Stratford a su familia, probablemente para ser actor de
teatro. Son años difíciles para los biógrafos. A William lo
encontramos, ya en 1592, como dramaturgo que ha adquirido ya cierta
fama.
En los años siguientes la creatividad de William va a resultar desbordante, aunque recuérdese que entonces muchas obras no eran originales en
el sentido moderno, sino que los autores solían coger temas ya tratados
por la tradición, de manera que, bajo las rivalidades de la época, las
acusaciones de plagio entre unos y otros se multiplicaban. El caso es
que antes de acabar el siglo, Shakespeare escribe Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano y Julio César, entre otras.
El trabajo le resulta muy lucrativo. En los últimos años del siglo
XVI, el dramaturgo se hizo con terrenos y casas en su ciudad natal. El
blasón que se le concede representa su entrada en la gentry
(la baja nobleza) y demuestra su imparable ascenso social. El éxito no
sólo no agota su fertilidad, sino que muy por el contrario, Shakespeare
va a a dar mayor trascendencia a sus obras sin perder la frescura tan
característica de todos sus diálogos.
Cuando Jacobo I sustituye a la reina Isabel en
el trono, el nuevo monarca nombra a la compañía de Shakespeare artistas
de la corte. En ese contexto surgen sus tragedias más conocidas: la
primera versión de Hamlet es de 1603 (año de la muerte de la reina), Otelo, quizá de 1604, El rey Lear y Macbeth, posiblemente escritas entre 1605 y 1606. Finalmente, entre ese año y 1611, aparecen obras como Coriolano, Antonio y Cleopatra y La tempestad, obra genial y asombrosa, en cuyo rey protagonista se ha visto al propio Jacobo I.
Shakespeare murió en abril de 1616 en
su lugar natal. Legaba al mundo una obra dramática con una fuerza
gestual y narrativa nunca vista hasta entonces, en la que se destacaban
personajes arquetípicos que sin embargo se alejaban decididamente de
cualquier cliché.
Dentro de algunos años nos toparemos con el cuatrocientos
aniversario de su muerte y es de esperar que entonces se celebren unas
conmemoraciones planetarias para recordar no sólo al genio inglés, sino
también al gran manco español, muerto asimismo en 1616: Miguel de Cervantes.
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