El Vampiro Bondadoso de Charles Nodier

He ido al país de los morlacos impulsado por un vivo deseo de conocer ese pueblo tan singular. No hay aldea morlaca donde no se pueda contar un buen número de vampiros y existen lugares donde hay al menos un vampiro por familia, como en cada familia de los valles alpinos el infaltable "santo" o "idiota".  Pero en el caso del morlaco vampiro, no se da la complicación de una enfermedad degradante, que altere el principio fundamental de la razón.  El vampiro es consciente y conocedor de todo lo horrendo de su situación, le disgusta y la detesta.  Busca de combatir su propensión de todas las maneras, recurre a los remedios propuestos por la medicina, a lass plegarias religiosas, a la autoextirpación de un músculo, a veces a la amputación de las piernas: en ciertos casos se decide hasta al suicidio.  Exige que después de su muerte, los hijos le perforen el corazón con una cuña y le claven al ataúd para hacer reposar en el sueño de la muerte su cadáver y libertarlo del instinto criminal. El vampiro es de ordinario un hombre bondadoso, a menudo ejemplo y guía en su tribu, a veces ejercita oficialmente la función de juez; a veces es poeta.
A través de la profunda tristeza que le viene de la percepción de su estado, a través del recuerdo y el presentimiento de su siniestra vida nocturna, se adivina un alma tierna, generosa, hospitalaria, que no pide más que amar.  Ocurre que el sol tramonte, que la noche estampe una suerte de sello plúmbeo sobre los párpados del pobre vampiro, para que él comience de nuevo a escarbar con las uñas la fosa de un muerto o perturbe a la nodriza que vela junto a la cuna del recién nacido.  Porque el vampiro no puede ser otra cosa que vampiro y los esfuerzos de la ciencia y los ritos eclesiásticos nada pueden contra su mal.
La muerte no le cura, hasta en el ataúd conserva algún síntoma de vida, y pues su conciencia se mece en la ilusión de que su crimen es involuntario, no debe sorprender el hecho de habérselos encontrado a menudo frescos y sonrientes en el catafalco.  El sueño del desventurado nunca estuvo desprovisto de pesadillas.
En la mayor parte de los casos, esta aberración se limita al intuito mental del infeliz que la experimenta. Cuando se realiza plenamente, ello se debe atribuir al concurso de otros factores, como las pesadillas y el sonambulismo.  Entramos entonces en el campo de la ciencia médica, que hasta ahora no ha tenido en cuenta dos hechos importantes, que me parecen  incontestables. El primero es que la percepción de un acto extraordinario no familiar a nuestra naturaleza se convierte fácilmente en sueño, el segundo, que la percepción repetida con frecuencia, y siempre en el mismo sueño, se convierte fácilmente en una acción proporcionada, realmente cumplida, sobre todo cuando se manifiesta en un ser débil e impresionable.

Literatura antigua

Cuando el hombre comenzó a desarrollar los primeros sistemas de escritura, aún estaba lejos de dar nacimiento a la literatura. Por eso, los primeros escritos de los sumerios o muchos de los jeroglíficos egipcios no son literarios.
Estela de MeshaDicen los especialistas que uno de los primeros textos literarios de la historia fue el Poema de Gilgamesh, una narración de origen sumerio. Esta obra, grabada en tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, habría sido escrita en el año 2.000 A.C.
Una delimitación de la literatura antigua podría acercarnos a los textos escritos antes del siglo V. Así, tenemos distintos ejemplos, como el caso de la literatura árabe. Se supone que las manifestaciones literarias de esta cultura nacieron hacia el año 500 A.C., con poesías que eran memorizadas y luego recitadas. Los testimonios escritos, en cambio, recién surgen en el siglo VI.
La literatura griega clásica, por su parte, es aquella escrita en griego antiguo hasta el siglo IV. Se destacan por entonces autores como Homero, a quien se le atribuye la autoría de la Odisea y la Ilíada (considerado como el poema escrito más antiguo de la literatura occidental).
La literatura hebrea, por su parte, tiene antecedentes remotos como la estela de Mesha, conocida también como la Piedra Moabita. Se trata de una inscripción que habría sido realizada en el siglo IX A.C.
En América, la literatura antigua fue muy importante, con ricas expresiones en las lenguas náhuatl y quechua, por ejemplo. Los aztecas, los incas y los mayas hicieron sus aportes para el desarrollo de la cultura latinoamericana, que fue adquiriendo su identidad actual tras el desembarco europeo.
Sin embargo, el principal referente de la antigüedad en cuanto a cantidad de textos es la literatura china. Se calcula que, hasta el siglo XVII, se habían escrito más textos en China que en el resto del mundo.

El Diablo y el Relojero de Daniel Defoe

Viva en la parroquia de St. Bennet Funk, cerca del Royal Exchange, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta. Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad.
Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado.
En ese mismo momento, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente otro hombre que Ilevaba un escabel en sus manos. Éste, con cara de estar en un grandísimo apuro, lo colocó debajo del desventurado que estaba colgado y, subiéndose rápidamente, sacó un cuchillo del bolsillo y sosteniendo el cuerpo del ahorcado con una mano, hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venía detrás, como queriendo detenerlos para que no entraran; al mismo tiempo mostraba el cuchillo en la otra, como si estuviera por cortar la soga para soltarlo.
Ante esto la mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en el banquillo continuaba con la mano y el cuchillo tocando el nudo, pero no lo cortaba. Por esta razón la mujer gritó de nuevo a su acompañante y le dijo:
-¡Sube y ayuda al hombre!
Suponía que algo impedía su acción.
Pero el que estaba subido al banquillo nuevamente les hizo señas de que se quedaran quietos y no entraran, como diciendo: «Lo haré inmediatamente».
Entonces dio dos golpes con el cuchillo, como si cortara la cuerda, y después se detuvo nuevamente. El desconocido seguía colgado y muriéndose en consecuencia. Ante la repetición del hecho, la mujer de la escalera le gritó:
-¿Que pasa? ¿Por qué no bajáis al pobre hombre?
Y el acompañante que la seguía, habiéndosele acabado la paciencia, la empujó y le dijo:
-Déjame pasar. Te aseguro que yo lo haré -y con estas palabras llegó arriba y a la habitación donde estaban los extraños.
Pero cuando llegó allí ¡cielos! el pobre relojero estaba colgado, pero no el hombre con el cuchillo, ni el banquito, ni ninguna otra cosa o ser que pudiera ser vista a oída. Todo había sido un engaño, urdido por criaturas espectrales enviadas sin duda para dejar que el pobre desventurado se ahorcara y expirara.
El visitante estaba tan aterrorizado y sorprendido que, a pesar de todo el coraje que antes había demostrado, cayó redondo en el suelo como muerto. Y la mujer, al fin, para bajar al hombre, tuvo que cortar la soga con unas tijeras, lo cual le dio gran trabajo.
Como no me cabe duda de la verdad de esta historia que me fue contada por personas de cuya honestidad me fío, creo que no me dará trabajo convenceros de quién debía de ser el hombre del banquito: fue el diablo, que se situó allí con el objeto de terminar el asesinato del hombre a quien, según su costumbre, había tentado antes y convencido para que fuera su propio verdugo. Además, este crimen corresponde tan bien con la naturaleza del demonio y sus ocupaciones, que yo no lo puedo cuestionar. Ni puedo creer que estemos equivocados al cargar al diablo con tal acción.

Características de la literatura

Para analizar las características de la literatura, primero hay que tener en claro a qué se refiere dicho término, que proviene de la palabra latina litterae. La literatura es un concepto relacionado con el arte de la gramática, la retórica y la poética; por eso, su origen latino hace referencia al conjunto de saberes para escribir y leer bien.
Podemos afirmar que la literatura es aquel arte cuyo medio de expresión es la lengua. Por lo tanto, es importante tener en cuenta que el origen de la escritura no supuso el nacimiento de la literatura. Por el contrario, los escritos más antiguos de los que se tengan registros no son literarios.
Aunque es imposible establecer un único texto pionero de la literatura, una de las primeras obras literarias es el Poema de Gilgamesh, una narración de origen sumerio cuya primera versión data del año 2.000 A.C.
El ruso Roman Jakobson planteó que la especificidad de la literatura está en su forma: esa es la diferencia entre un texto literario y otro discurso. Una de las características de la literatura es su función poética, la capacidad del lenguaje para llamar la atención sobre sí mismo. Por eso, la literatura utiliza expresiones por su naturaleza estética, que producen placer o son agradables al lector.
Otra característica propia de la literatura es que apela a un lenguaje trascendente y estilizado. El lenguaje cotidiano, en cambio, está destinado al consumo inmediato y no perdura.
Dentro de la literatura, pueden reconocerse distintos géneros, que son modelos de estructuración formal y temática. Un género funciona como una categoría o grupo, que permite clasificar a un texto según su contenido. De esta forma, un relato pertenecerá a cierto género según diversos criterios semánticos, sintácticos, discursivos y fónicos, entre otros.
Más allá de los límites que puedan establecerse en teoría, las diferencias entre cada género y cada subgénero son difíciles de fijar e incluso varían con el tiempo.

La libertad

« La Libertad no es nada si uno no puede vivir como desea. ¡Exactamente como lo desea! »

La Existencia



Literatura Gótica

El terror, la oscuridad y lo macabro tienen su espacio en la literatura gótica. Como comentábamos cuando nos referíamos a la poesía gótica, esta corriente artística nació en los últimos siglos de la Edad Media y tuvo una gran vigencia hasta la explosión del Renacimiento.
Literatura góticaEl término gótico comenzó a utilizarse en el siglo XVI, aunque en sus orígenes se trataba de una calificación peyorativa, que vinculaba a este estilo con los godos (los bárbaros). En las últimas décadas, a partir de mediados de 1970, el movimiento gótico mutó en una subcultura también conocida como dark, que adoptó la estética de la literatura de terror, las películas de dicho género y el post-punk.
Las historias narradas por la literatura gótica tradicional solían transcurrir en castillos y monasterios medievales. Aunque su espectro se amplió con el correr de los años, los viejos arquetipos nunca desaparecieron.
Los cementerios, las criptas y los páramos desolados son otros de los escenarios donde transcurren muchos relatos góticos. En cuanto a los personajes, aparecen todo tipo de villanos y seres malignos, como hombres lobo, vampiros, fantasmas, demonios y distintas clases de monstruos.
Hay quienes consideran que la obra fundadora de la literatura gótica fue “El castillo de Otranto”, presentada por el escritor británico Horace Walpole en 1765. “Los misterios de Udolfo”, escrita por la también británica Ann Radcliffe en 1794, es otro de los textos pioneros de este movimiento.
En el siglo XIX, varios autores escribieron obras clásicas de la literatura gótica, como “Frankenstein” de Mary Shelley, “El gato negro” de Edgar Allan Poe y “Drácula” de Bram Stoker.
Ya en siglo XX, se destacó la figura del estadounidense H.P. Lovecraft, quien supo conjugar la tradición gótica con la ciencia ficción. Este autor desarrolló los mitos de Cthulhu, con seres como el Necronomicón, el Nyarlathotep y el propio Cthulhu.

El Acusador Fantasmal de Daniel Defoe

He oído una historia, que creo verdadera, de cierto hombre a quien llevaron a la corte de justicia bajo sospecha de asesinato, la cual, sin embargo, sabía él que no había poder humano capaz de comprobar.
Cuando llegó a declarar alegó no ser culpable y la corte comenzó a perderse en búsqueda de pruebas, pero sólo descubrieron sospechas y circunstancias aparentemente verdaderas. Sin embargo, teniendo, como tenían, testigos, los examinaron como es de costumbre, de pie sobre un pequeño escalón, para que fueran visibles ante toda la sala.
Cuando el tribunal pensó que ya no tenía más testigos para examinar y que pronto el hombre sería liberado, éste hizo un brusco movimiento hacia el tribunal, como si estuviera asustado. Pero, recobrando su compostura, estiró un brazo hacia el lugar donde los testigos se ponen de pie para dar su testimonio en los juicios y, señalando con la mano, dijo en voz alta:
- Señor, ¡esto no es justo! Esto no está de acuerdo con la ley. Ése no es un testigo legal.
La corte estaba atónita y no podía entender qué quería decir el acusado. Pero el juez, un hombre de mayor penetración, aceptó la insinuación y conteniendo a uno del tribunal que estaba por hablar y que tal vez haría entrar en razón al hombre, dijo:
- ¡Silencio! Este hombre ve algo que nosotros no vemos. Empiezo a entenderlo. - Y después, hablándole al prisionero preguntó -: ¿Por qué no es un testigo legal? Yo creo que la corte le permitirá testimoniar con todo derecho cuando venga a declarar.
- ¡Oh, Señoría! No es justo. No puede permitírsele - dijo el prisionero, con una confusa ansiedad en su semblante que mostraba tener un corazón audaz, pero una conciencia culpable.
- ¿Por qué no, amigo? ¿Qué razones dais para ello? - preguntó el juez.
- Su Señoría, no puede permitírsele a ningún hombre ser testigo de su propio caso. Él es parte, señor, no puede ser testigo.
- Os equivocais - dijo el juez -, porque vos estáis acusado en nombre del Rey, y el hombre puede ser testigo del Rey, como en el caso de un asalto en un camino; nosotros siempre admitimos que la persona asaltada es testigo legal: sin esto ningún salteador podría ser convicto. Pero oiremos lo que tiene que decir cuando sea examinado.
Así habló el juez, con tal gravedad y de manera tan sencilla y natural, que el criminal contestó:
- Bien, si vos permitís que él sea testigo legal, entonces yo soy hombre muerto.
Dijo las últimas palabras con voz más baja que el resto, pero sin pedir una silla para sentarse.
La corte ordenó que le trajeran asiento, pues si no lo hubiese tenido se hubiera desplomado sobre la plataforma. Cuando se hubo sentado, todos observaron que mostraba gran consternación y que levantaba las manos repetidas veces, pronunciando una y otra vez las palabras «Hombre muerto, hombre muerto».
El juez se sentía algo perdido, sin saber como actuar, y toda la corte parecía sumida en una extraña perplejidad, aunque nadie veía otra cosa que el hombre en el estrado.
Al fin el juez le dijo:
- Mirad, Mr... - llamándolo por su nombre -. Solo conozco un camino para vos y lo leeré en las Escrituras.
Y así, pidiendo la Biblia, buscó el libro de Josué y leyó el versículo VII:19: Y Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria al Señor Dios de Israel, y confiesa y declárame qué has hecho: no me lo encubras.
Ante esto el criminal autocondenado estalló en lágrimas y tristes lamentaciones por su miserable condición, e hizo una confesión completa de su crimen. Y cuando lo hubo hecho, dio la siguiente relación de su caso y las razones que tenía para estar bajo la influencia de tal sorpresa y presión: que él había visto a su víctima de pie en el estrado de los testigos, lista para ser interrogada en contra de él y dispuesta a mostrar el cuello que el prisionero le había cortado; y según dijo, contemplándole de lleno con un terrible continente. Esto lo sumió en confusión, como bien podría suponerse, y sin embargo no hubo real aparición, ni espectro, ni fantasma ni trasgo. Todo había sido figurado por la fuerza de su propia culpa y la agitación de su alma excitada y sorprendida por influjo de la conciencia.

Flores de las Tinieblas (Fleurs de Ténèbres-1883) por Villiers de L'Isle-Adam

¡Oh, los bellos atardeceres! Ante los brillantes cafés de los bulevares, en las terrazas de las horchaterías de moda, ¿qué de mujeres con trajes multicolores, qué de elegantes "callejeras" dándose tono!
Y he aquí las pequeñas vendedoras de flores, que circulen con sus frágiles canastillas.
Las bellas desocupadas aceptan esas flores perecederas, sobrecogidas, misteriosas...
- ¿Misteriosas?
- ¡Sí, si las hay!
Existe, - sabedlo, sonrientes lectoras -, existe en el mismo París cierta agencia que se entiende con varios conductores de los entierros de lujo, incluso con enterradores, para despojar a los difuntos de la mañana, no dejando que se marchiten inútilmente en las sepulturas todos esos espléndidos ramos de flores, esas coronas, esas rosas que, por centenares, el amor filial o conyugal coloca diariamente en los catafalcos.
Estas flores casi siempre quedan olvidadas después de las fúnebres ceremonias. No se piensa más en ello; se tiene prisa por volver. ¡Se concibe!
Es entonces cuando nuestros amables enterradores se muestran más alegres. ¡No olvidan las flores estos señores! No están en las nubes; son gente práctica. Las quitan a brazadas, en silencio. Arrojarlas apresuradamente por encima del muro, sobre un carretón propicio, es para ellos cosa de un instante.
Dos o tres de los más avispados y espabilados transportan la preciosa carga a unos floristas amigos, quienes gracias a sus manos de hada, distribuyen de mil maneras, en ramitos de corpiño, de mano, en rosas aisladas inclusive, estos melancólicos despojos.
Llegan luego las pequeñas floristas nocturnas, cada una con su cestita. Pronto circulan incesantemente, a las primeras luces de los reverberos, por los bulevares, por las terrazas brillantes, por los mil un sitios de placer.
Y jóvenes aburridos y deseosos de hacerse agradables a las elegantes, hacia las cuales sienten alguna inclinación, compran estas flores a elevados precios y las ofrecen a sus damas.
Estas, todas con rostros empolvados, las aceptan con una sonrisa indiferente y las conservan en la mano, o bien las colocan en sus corpiños.
Y los reflejos del gas empalidecen los rostros.
De suerte que estas criaturas-espectros, adornadas así con flores de la Muerte, llevan, sin saberlo, el emblema del amor que ellas dieron y el amor que reciben.

El Anciano Terrible (The Terrible Old Man-1920) de H.P. Lovecraft

Fue idea de Angelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva hacer una visita al Terrible Anciano. El anciano vive a solas en una casa muy antigua de Walter Street próxima al mar, y se le conoce por ser un hombre extraordinariamente rico a la vez que por tener una salud extremadamente delicada... lo cual constituye un atractivo señuelo para hombres de la profesión de los señores Ricci, Czanek y Silva, pues su profesión era nada menos digno que el latrocinio de lo ajeno.
Los vecinos de Kingsport dicen y piensan muchas cosas acerca del Terrible Anciano, cosas que, generalmente, le protegen de las atenciones de caballeros como Mr. Ricci y sus colegas, a pesar de la casi absoluta certidumbre de que oculta una fortuna de incierta magnitud en algún rincón de su enmohecida y venerable mansión. En verdad, es una persona muy extraña, que al parecer fue capitán de clip per de las Indias Orientales en su día. Es tan viejo que nadie recuerda cuándo fue joven, y tan taciturno que pocos saben su verdadero nombre. Entre los nudosos árboles del jardín delantero de su vieja y nada cuidada residencia conserva una extraña colección de grandes piedras, singularmente agrupadas y pintadas de forma que semejan los ídolos de algún lóbrego templo oriental. Semejante colección ahuyenta a la mayoría de los chiquillos que gustan burlarse de su barba y cabello, largos y canosos, o romper las ventanas de pequeño marco de su vivienda con diabólicos proyectiles. Pero hay otras cosas que atemorizan a las gentes mayores y de talante curioso que en ocasiones se acercan a hurtadillas hasta la casa para escudriñar el interior a través de las vidrieras cubiertas de polvo. Estas gentes dicen que sobre la mesa de una desnuda habitación del piso bajo hay muchas botellas raras, cada una de las cuales tiene en su interior un trocito de plomo suspendido de una cuerda, como si fuese un péndulo. Y dicen que el Terrible Anciano habla a las botellas, llamándolas por nombres tales como Jack, Scar-Face, Long Tom, Spanish Joe, Peters y Mate Ellis, y que siempre que habla a una botella el pendulito de plomo que lleva dentro emite unas vibraciones precisas a modo de respuesta. A quienes han visto al alto y enjuto Terrible Anciano en una de estas singulares conversaciones no se les ocurre volver a verlo más. Pero Angelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva no eran naturales de Kingsport. Pertenecían a esa nueva y heterogénea estirpe extranjera que queda al margen del atractivo círculo de la vida y tradiciones de Nueva Inglaterra, y no vieron en el Terrible Anciano otra cosa que un viejo achacoso y prácticamente indefenso, que no podía andar sin la ayuda de su nudoso cayado, y cuyas escuálidas y endebles manos temblaban de modo harto lastimoso. A su manera, se compadecían mucho del solitario e impopular anciano, a quien todos rehuían y a quien no había perro que no ladrase con especial virulencia. Pero los negocios son los negocios, y, para un ladrón entregado de lleno a su profesión, siempre es tentador y provocativo un anciano de salud enfermiza que no tiene cuenta abierta en el banco, y que para subvenir a sus escasas necesidades paga en la tienda del pueblo con oro y plata españoles acuñados dos siglos atrás.
Los señores Ricci, Czanek y Silva eligieron la noche del once de abril para efectuar su visita. Mr. Ricci y Mr. Silva se encargarían de hablar con el pobre y anciano caballero, mientras Mr. Czanek se quedaba esperándoles a los dos y a su. presumible cargamento metálico en un coche cubierto, en Ship Street, junto a la verja del alto muro posterior de la finca de su anfitrión. El deseo de eludir explicaciones innecesarias en caso de una aparición inesperada de la policía aceleró los planes para una huida sin apuros y sin alharacas.
Tal como habían proyectado, los tres aventureros se pusieron manos a la obra por separado con objeto de evitar cualquier malintencionada sospecha a posteriori. Los señores Ricci y Silva se encontraron en Walter Street junto a la puerta de entrada de la casa del anciano, y aunque no les gustó cómo se reflejaba la luna en las piedras pintadas que se veían por entre las ramas en flor de los retorcidos árboles, tenían cosas en qué pensar más importantes que dejar volar su imaginación con manidas supersticiones. Temían que fuese una tarea desagradable hacerle soltar la lengua al Terrible Anciano para averiguar el paradero de su oro y plata, pues los viejos lobos marinos son particularmente testarudos y perversos. En cualquier caso, se trataba de alguien muy anciano y endeble, y ellos eran dos personas que iban a visitarle. Los. señores Ricci y Silva eran expertos en el arte de volver volubles a los tercos, y los gritos de un débil y más que venerable anciano no son difíciles de sofocar. Así que se acercaron hasta la única ventana alumbrada y escucharon cómo el Terrible Anciano hablaba en tono infantil a sus botellas con péndulos. Se pusieron sendas máscaras y llamaron con delicadeza en la descolorida puerta de roble.
La espera le pareció muy larga a Mr. Czanek que se agitaba inquieto en el coche aparcado junto a la verja posterior de la casa del Terrible Anciano, en Ship Street. Era una persona más impresionable de lo normal, y no le gustaron nada los espantosos gritos que había oído en la mansión momentos antes de la hora fijada para iniciar la operación. ¿No les había dicho a sus compañeros que trataran con el mayor cuidado al pobre y viejo lobo de mar? Presa de los nervios observaba la estrecha puerta de roble en el alto muro de piedra cubierto de hiedra. No cesaba de consultar el reloj, y se preguntaba por los motivos del retraso. ¿Habría muerto el anciano antes de revelar dónde se ocultaba el tesoro, y habría sido necesario proceder a un registro completo? A Mr. Czanek no le gustaba esperar tanto a oscuras en semejante lugar. Al poco, llegó hasta él el ruido de unas ligeras pisadas o golpes en el paseo que había dentro de la finca, oyó cómo alguien manoseaba desmañadamente, aunque con suavidad, en el herrumbroso pestillo, y vio cómo se abría la pesada puerta. Y al pálido resplandor del único y mortecino farol que alumbraba la calle aguzó la vista en un intento por comprobar qué habían sacado sus compañeros de aquella siniestra mansión que se vislumbraba tan cerca. Pero no vio lo que esperaba. Allí no estaban ni por asomo sus compañeros, sino el Terrible Anciano que se apoyaba con aire tranquilo en su nudoso cayado y sonreía malignamente. Mr. Czanek no se había fijado hasta entonces en el color de los ojos de aquel hombre; ahora podía ver que eran amarillos.
Las pequeñas cosas producen grandes conmociones en las ciudades provincianas. Tal es el motivo de que los vecinos de Kingsport hablasen a lo largo de toda aquella primavera y el verano siguiente de los tres cuerpos sin identificar, horriblemente mutilados como si hubieran recibido múltiples cuchilladas y horriblemente triturados como si hubieran sido objeto de las pisadas de muchas botas despiadadas, que la marea arrojó a tierra. Y algunos hasta hablaron de cosas tan triviales como el coche abandonado que se encontró en Ship Street, o de ciertos gritos harto inhumanos, probablemente de un animal extraviado o de un pájaro inmigrante, escuchados durante la noche por los vecinos que no podían conciliar el sueño. Pero el Terrible Anciano no prestaba la menor atención a los chismes que corrían por el pacífico pueblo. Era reservado por naturaleza, y cuando se es anciano y se tiene una salud delicada la reserva es doblemente marcada. Además, un lobo marino tan anciano debe haber presenciado multitud de cosas mucho más emocionantes en los lejanos días de su ya casi olvidada juventud.

La bruja Baba-Yaga de Aleksandr Nikolaevich Afanasiev

     Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.
     Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra dijo a la muchacha:
     -Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosas una camisa.
     La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.
     -Buenos días, tiíta.
     -Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?
     -Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.
     -Acuérdate bien -le dijo entonces la tía- de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.
     La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.
     Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba-Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.
     -Buenos días, tía.
     -¿A qué vienes, sobrina?
     -Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.
     -Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.
     Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:
     -Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.
     La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:
     -No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.
     Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.
     Baba-Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:
     -¿Estás tejiendo, sobrinita?
     -Sí, tiíta, estoy trabajando.
     La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:
     -Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba-Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.
     La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.
     El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:
     -¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?
     -Sí, tía, estoy tejiendo -respondió con voz ronca el gato.
     Baba-Yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:
     -¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!
     -Llevo mucho tiempo a tu servicio -dijo el gato- y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.
     Baba-Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegar a todos.
     Los perros le dijeron:
     -Te hemos servido muchos años, sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.
     La cancela dijo:
     -Te he servido mucho tiempo, sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.
     El álamo dijo:
     -Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.
     La criada exclamó:
     -Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.
     Baba-Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.
     Baba-Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.
     Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba-Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.
     La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.
     Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.
     -¿Dónde está mi hijita querida?
     -Ha ido a ver a su tía -contestó la madrastra.
     Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.
     -¿Dónde has estado? -le preguntó el padre.
     -¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba-Yaga, que quiso comerme.
     -¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?
     Entonces la niña le contó todo lo sucedido.
     Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.
     Los dos vivieron en paz muchos años felices.

Charles Nodier


 Escritor francés (Besançon, 1780 – París, 1844). Fue un romántico exaltado en vida y obra. Es un precedente de Nerval y el surrealismo. Entre su producción destacan Ultimo capítulo de mi novela y Recuerdos de Juventud. Inventó de lo que se ha dado en llamar "literatura frenética", fue autoridad suprema y oracular en la bibliofilia y en encuadernaciones de lujo, bibliotecario de prestigio universal, entomólogo, herborista, filósofo, conversador infatigable, opiómano y uno de los responsables de introducir el romanticismo y la literatura fantástica en Francia a través de su célebre tertulia de la biblioteca de El Arsenal, por donde desfiló la flor y nata de las letras de la época.


Obras:



El Vampiro Bondadoso

Las Aventuras de Thibaud de la Jacquière (Le avventure di Thibaud de la Jacquière)
1822
El Vampiro Arnold-Paul (Le vampire Arnold-Paul)
1822
El Tesoro del Diablo (Le Trésor du Diable)
1822
El Aparecido y su Hijo (Le Revenant et Son Fils)
1822


Historia del Necronomicón de H. P. Lovecraft

Breve pero completo, resumen de la historia de este libro, de su autor, de diversas traducciones y ediciones desde su redacción (en el 730) hasta nuestros días.
Edición conmemorativa y limitada a cargo de Wilson H. Shepherd, The Rebel Press, Oakman, Alabama.
El título original era Al-Azif, Azif era el término utilizado por los árabes para designar el ruido nocturno (producido por los insectos) que, se suponía, era el murmullo de los demonios. Escrito por Abdul Al Hazred, un poeta loco huido de Sanaa al Yemen, en la época de los califas Omeyas hacia el año 700. Visita las ruinas de Babilonia y los subterráneos secretos de Menfis, y pasa diez años en la soledad del gran desierto que se extiende al sur de Arabia, el Roba el-Khaliyeh, o "Espacio vital" de los antiguos, y el Dahna, o "Desierto Escarlata" de los árabes modernos. Se dice que este desierto está habitado por espíritus malignos y monstruos tenebrosos. Todos aquellos que aseguran haber penetrado en sus regiones cuentan cosas extrañas y sobrenaturales. Durante los últimos años de su vida, Al Hazred vivió en Damasco, donde escribió el Necronomicon (Al-Azif) y por donde circulan terribles y contradictorios rumores sobre su muerte o desaparición en el 738. Su biógrafo del siglo XII, Ibn-Khallikan, cuenta que fue asesinado por un monstruo invisible en pleno día y devorado horriblemente en presencia de un gran número de aterrorizados testigos. Se cuentan, además, muchas cosas sobre su locura. Pretendía haber visto la famosa IIrem, la Ciudad de los Pilares, y haber encontrado bajo las ruinas de una inencontrable ciudad del desierto los anales secretos de una raza más antigua que la humanidad. No participaba de la fe musulmana, adoraba a unas desconocidas entidades a las que llamaba Yog-Sothoth y Cthulhu.
En el año 950, el Azif, que había circulado en secreto entre los filósofos de la época, fue traducido ocultamente al griego por Theodorus Philetas de Constantinopla, bajo el título de Necronomicon. Durante un sigo, y debido a su influencia, tuvieron lugar ciertos hechos horribles, por lo que el libro fue prohibido y quemado por el patriarca Michael. Desde entonces no tenemos más que vagas referencias del libro, pero en el 1228, Olaus Wormius encuentra una traducción al latín que fue impresa dos veces, una en el siglo XV, en letras negras (con toda seguridad en Alemania), y otra en el siglo XVII (probablemente en España). Ninguna de las dos ediciones lleva ningún tipo de aclaración, de tal forma que es sólo por su tipografía que por lo que se supone su fecha y lugar de impresión. La obra, tanto en su versión griega como en la latina, fue prohibida por el Papa Gregorio IX, en el 1232, poco después de que su traducción al latín fuese un poderoso foco de atención. La edición árabe original se perdió en los tiempos de Wormius, tal y como se dijo en el prefacio (hay vagas alusiones sobre la existencia de una copia secreta encontrada en San Francisco a principios de siglo, pero que desapareció en el gran incendio). No hay ningún rastro de la versión griega, impresa en Italia, entre el 1500 y el 1550, después del incendio que tuvo lugar en la biblioteca de cierto personaje de Salem, en 1692. Igualmente, existía una traducción del doctor Dee, jamás impresa, basada en el manuscrito original. Los textos latinos que aún subsisten, uno (del siglo XV) está guardado en el Museo Británico, y el otro (del sigo XV) se halla en la Biblioteca Nacional de París. Una edición del siglo XVII se encuentra en la Biblioteca de Wiedener de Harvard y otra en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic, en Arkham; mientras que hay una más en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires. Probablemente existían más copias secretas, y se rumoreaba persistentemente que una copia del siglo XV fue a parar a la colección de un célebre millonario americano. Existe otro rumor que asegura que una copia del texto griego del siglo XVI es propiedad de la familia Pickman de Salem; pero es casi seguro que esta copia desapareció, al mismo tiempo que el artista R. U. Pickman, en 1926. La obra está severamente prohibida por las autoridades y por todas las organizaciones legales inglesas. Su lectura puede traer consecuencias nefastas. Se cree que R. W. Chambers se basó en este libro para su obra El rey en amarillo.
CRONOLOGÍA
Al-Azif es escrito en Damasco en el 730 por Abdul Al-Hazred.
Traducción al griego con el título de Necronomicon, a cargo de Theodorus Philetas, en el 950
El patriarca Michael lo prohibe en el 1050 (el texto griego). El árabe se ha perdido.
En 1228, Olaus traduce el texto griego al latín.
Las ediciones latina y griega son destruidas por Gregorio IX en 1232.
En 14... (?) aparece una edición en letras góticas en Alemania.
En 15... (?) el texto griego es impreso en Italia.
En 16... (?) aparece la traducción al castellano del texto latino.

El Vampiro Arnold-Paul de Charles Nodier

Un campesino de Medreiga (aldea de Hungría), llamado Arnold-Paul, fue aplastado por un carro cargado de heno. Treinta días después de su muerte, cuatro personas murieron súbitamente, de la misma forma que los que son atacados por vampiros. Se recordó entonces que Arnold-Paul había contado a menudo que, en los alrededores de Cassova, en la frontera de Turquía, le había acosado un vampiro turco; pero, como sabía que las víctimas de los vampiros se convertían a su vez en vampiros después de la muerte, había encontrado el medio de curarse comiendo tierra del vampiro turco y frotándose con su sangre. Se presumió que si este remedio había curado a Arnold-Paul, no le había impedido convertirse a su vez en vampiro. En consecuencia, le desenterraron para asegurarse de ello y, aunque llevaba inhumado cuarente días, encontraron que el cuerpo estaba sonrosado; advirtieron que los cabellos, las uñas y la barba se habían renovado, y que las venas estaban llenas de una sangre fluida.
El magistrado del lugar, en presencia del cual se realizó la exhumación y que era un hombre experto en vampirismo, ordenó hundir en el corazón del cadáver una estaca puntiaguda y atravesarle de parte a parte; lo que fue ejecutado enseguida. El vampiro lanzó gritos espantosos e hizo los mismos movimientos que si hubiera estado vivo. Después de lo cual le cortaron la cabeza y le quemaron en una gran hoguera. A continuación le hicieron sufrir el mismo tratamiento a las cuatro personas a quienes Arnold-Paul había matado, por temor a que se convirtieran tambíen en vampiros.
A pesar de todas estas precauciones, el vampiro reapareción al cabo de algunos años; y en el espacio de tres meses, diecisiete personas, de distintas edades y sexo, perecieron miserablemente: unas sin estar enfermas, y las otras después de dos o tres días de abatimiento. Una joven llamada Stanoska, después de haberse acostado una noche en estado de perfecta salud, se despertó en medio de la noche, temblando, lanzando gritos horribles y diciendo que el joven Millo, muerto desde hacía nueve semanas, había estado a punto de estrangularla mientras dormía. Al día siguiente, Stanoska se sintió muy enferma y murió después de tres días de padecimientos.
Las sospechas recayeron sobre el joven muerto, y se pensó que debía de ser un vampiro. Le desenterraron, le reconocieron como tal y le ejecutaron en consecuencia. Los médicos y cirujanos del lugar investigaron cómo había podido renacer el vampiro al cabo de un tiempo tan considerable, y después de mucho indagar, descubrieron que Arnold-Paul, el primer vampiro, había atormentado no sólo a las personas que habían muerto poco tiempo después que él, sino también a varias bestias cuya carne había comido gente que moría poco despúes, y entre otras, el joven Millo. Reanudaron las ejecuciones y encontraron diecisiete vampiros, a quienes les atravesaron el corazón, les cortaron la cabeza, les quemaron y arrojaron sus cenizas al río.
Estas medidas acabaron con el vampirismo en Medreiga.

Daniel Defoe (1660 - 1731)

Publicista y novelista inglés (Londres, 1660 - Ropemaker's Alley, Moorfields, 1731). Editó el periódico The Review, que en 1713 pasó a llamarse The Mercator. Hasta 1719 su producción literaria fue casi exclusivamente periodística. En ese año publicó la Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe de York, navegante, obra que le daría la inmortalidad. Los últimos años de su vida los dedicó a al literatura y vivió acuciado por sus deudas. Se le atribuyen más de 500 obras, que abarcan temas de índole política, económica, histórica, ocultismo: Historia del diablo (1726), de aventuras: Historias de Piratas (1724-1728). Autor también de Diario de la Peste (1722), y Las aventuras amorosas de Moll Flanders (1722), novela realista en el espíritu de la Ilustración, que anticipó el surgimiento del género en Inglaterra.

Obras:



El Fantasma Provechoso (A Profitable Ghost)
1722
El Diablo y el Relojero (The Devil and the Watchmaker)
1727
El Espectro y el Salteador de Caminos (The Specter and the Highwayman)
1727
Un Acusador Fantasmal (A Ghostly Accuser)
1727

Carta al Ego

Cuanto tiempo necesito para perdonar
¡un día, un mes, un año¡
Acaso puedo esperar para ser feliz acaso lo soy.
con tanta vanidad, tanto orgullo,
con hasta envidia que envenena mi alma,
acaso la pereza que lastima mi cuerpo al moverlo,
porque de solo pensar en trabajar ya estoy cansada,
o me siento feliz con tanta lujuria y estos celos,
o deseando sufrimiento y muerte e mis semejantes,
o al levantar la mirada con orgullo para no mirar al de abajo
porque lo considero inferior o indeseable.
acaso no soy yo todo eso,
acaso no soy yo quien necesita ser perdonada
por altanera y prepotente.
por tomar un lugar que mi creador jamás tomo,
por desperdiciar mi vida de error tras error.
acaso no tengo ya mi castigo,
porque jamás he vivido por estar pendiente del pasado
y dejar pasar el maravilloso presente,
y aprender a vivir el instante
porque hoy comprendo que pudiera no tener otro
y hoy he decidido cambiar
arrojar de mi corazón los defectos que ensucian mi alma,
para ir al encuentro de mis virtudes
y despertar esta dormida consciencia.
ME ESCUCHAS EGO ESTAS DESPEDIDO,
porque solo has causado dolor y tristeza ,
me prometiste seguridad y belleza
y aumentaste mi vanidad y mi pereza,
y con esta mi orgullo, pero sabes ya descubrí tu juego
y no estarás mas en mi . no llores ni pidas clemencia ,
porque no cederé hoy cambiare eso te lo juro.
sacare mi corazón y quitare mis errores ,escuchas,
nunca mas me doblegare ante ti porque estas equivocado
abriré mi conciencia y actuare bajo su voz,
me escuchas ESTAS DESPEDIDO.

Tres Regalos por Gibrán Jalil Gibrán

Cierta vez, en la ciudad de Becharre, vivía un amable príncipe, querido y honrado por todos sus súbditos.
Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.
El príncipe lo sabía. Pero era paciente.
Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.
-El príncipe te envía estos regalos como recuerdo -dijo el siervo.
Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:
-¿No ve cómo el príncipe desea mi amistad?
-Pero el obispo respondió:
-¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. Él habla por símbolos. La harina es para tu estómago vacío, el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.
Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo, y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.
Sin embargo, desde entonces guardó silencio.

FIN

H. P. Lovecraft (1890-1937)

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) ha sido uno de los escritores de horror y ciencia ficcción más influyentes del siglo XX. Injustamente ignorado en vida, fue después de su muerte cuando el empuje de algunos amigos y colegas, empeñados en difundir su obra a cualquier precio, consiguió que se le prestara a su narrativa la atención que merecía.
Hoy en día Lovecraft ocupa en el canon de la literatura norteamericana un lugar preeminente, de hecho, recientemente ha visto publicada parte de su obra en la "Library of America", una especie de "salón de la fama" literario, donde comparte catálogo con genios de la talla de James Fenimore Cooper, F. Scott Fitzgerald, Herman Melville o Mark Twain (además de algún ex-presidente de los EUA).

Salomón y Azrael por Yalal Al-Din Rumi

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.
Salomón le preguntó:
-¿Por qué estás en ese estado?
Y el hombre le respondió:
-Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!
Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:
-¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.
Azrael respondió:
-Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

FIN

Lovecraft dijo...



La razón por la cual escribo relatos fantásticos es porque me producen una satisfacción personal y me acercan a la vaga, escurridiza, y fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las visiones que me llenan con ciertas perspectivas – escenas, arquitecturas, paisajes, atmósferas, etc. –, ideas, ocurrencias e imágenes que pueden hallarse en el arte y la literatura. Mi predilección por los cuentos sobrenaturales es debida a que encajan perfectamente con mis inclinaciones personales; uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos aprisionan y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de mira.
Howard Phillips Lovecraft
"The supernatural horror in literature"

Astrophobos By H. P. Lovecraft


Brillando en el cielo de medianoche,
Sobre los abismos etéreos y distantes,
Me acechaba, anhelante,
Una seductora, resplandeciente estrella;
Cada crepúsculo retornaba
Brillando en el Carro Ártico.
Místicas formas bellas se fundían
En sus gloriosos rayos dorados,
Fantasías de dicha descendían
En miríadas de elisíaco placer.
De sus coros de liras se extendían
Como cantos de Lidias melodías.
Pensé que el placer reinaba allí,
Donde el libre y el bendito habitan,
Y cada instante un tesoro traía
Envuelto en flores de loto,
Flotando en una nota líquida
Del laúd del viejo Israfel.
Allí, me dije, existen
Mundos de felicidad desconocida,
Donde la inocencia es alabada
En el trono de la coronada virtud;
Hombres de luz, de pensamientos
Más puros, más diáfanos que los míos.
Entonces sentí horror ante la visión,
Se tornó roja y delirante;
La esperanza se disolvió en burla,
La belleza en fealdad;
Himnos extraños se arrastraron,
Signos espectrales se mezclaron.
Carmesí ardió la estrella de la locura
Que antaño admiré tan bella;
Todo era triste donde hubo felicidad,
Y en mis ojos tembló una verdad;
Infames demonios salvajes desfilaron
A través de mi febril visión.
Ahora conozco la satánica fábula
Que surgía de aquel dorado esplendor;
Ahora evito la tétrica luz
Que antaño amé con fervor;
Pero el horror, estable y mortal,
Acechará mi alma por siempre.

H. P. Lovecraft                              

Enlace Obras y Textos electrónicos de H. P. Lovecraft

La Metamorfosis del Vampiro

La mujer, entretanto, de su boca de fresa,
Retorciéndose cual una serpiente sobre las brasas,
Y estrujando sus pechos en la cárcel de su corsé,
Dejó correr estas palabras impregnadas de almizcle:
"Yo, yo tengo los labios húmedos, y conozco la ciencia
De perder en el fondo de un lecho la antigua conciencia.
Yo enjugo todas las lágrimas sobre mis senos triunfantes,
Y hago reír a los viejos con risa de niños.
¡Reemplazo, para el que me ve desnuda, y sin velos,
La luna, el sol, el cielo y las estrellas!
Yo soy, mi sabio querido, tan docta en voluptuosidades,
Cuando ahogo un hombre entre mis brazos temidos,
O cuando abandono a sus mordeduras mi busto,
Tímida y libertina, y frágil y robusta,
¡Que sobre estos acolchados, desmayándose de emoción,
Los ángeles impotentes por mí se condenarían!"

Cuando hubo de mis huesos succionado toda la médula,
Y yo lánguidamente me volví hacia ella,
Para devolverle un beso de amor, ya no vi más
Que un odre con los flancos viscosos, ¡todo lleno de pus!
Cerré los dos ojos, en mi frío espanto,
Y cuando los reabrí a la claridad viviente,
A mi vera, en lugar del maniquí pujante
Que parecía haber hecho provisión de sangre,
Temblaban tan confusamente restos de esqueleto,
Que ellos mismos producían el sonido de una veleta
O de una muestra, al extremo del vástago de hierro,
Que balancea el viento durante las noches de invierno.

Charles Baudelaire              

El Vampiro



Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,

Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,

Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!

Supliqué a la rápida espada
Que conquistara mi libertad
Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.

¡Ay! el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:.
-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.

-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.

Charles Baudelaire.                            

Charles Baudelaire

Poeta, novelista y crítico de arte francés, nacido en París en 1821.
Al terminar sus estudios en Paris en 1834, fue enviado a las Antillas por su padrastro, quien quiso alejarlo de la vida bohemia y licenciosa que el joven llevaba. A su regreso a Paris inicia estudios de Derecho en 1840, incursiona en el ambiente literario entablando amistad  con prominentes figuras del arte, y empieza  a producir textos sobre crítica de arte y poesía.
Considerado como modelo y padre de la poesía modernapublicó en 1857 su máxima obra, "Las flores del mal", desatando una gran polémica por considerarla  como una  ofensa contra la moral pública.  Luego aparecieron "Pequeños poemas en prosa" y Paraísos artificiales publicados en 1860.



La sífilis que contrajo debido a su vida desordenada, le produjo afasia y una parálisis parcial que lo condujo a la muerte en 1867.
"Curiosidades estéticas""El arte romántico", "Mi corazón al desnudo" y su "Epistolario" fueron publicados póstumamente.

William Shakespeare


Durante mucho tiempo la identidad del mayor dramaturgo desde el siglo de Sófocles y Eurípides fue un misterio. Tan es así, que era opinión extendida que detrás del nombre de William Shakespeare se ocultaba algún gran personaje, sino varios. Todavía Freud, recurriendo a la técnica psicoanalítica, suponía que el autor de los dramas shakespeareanos era Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford.
A día de hoy las dudas se limitan a cuestiones más bien textuales, eruditas. Sabemos que existió un William Shakespeare, bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratford-on-Avon, pequeña ciudad próxima a Londres, que adquirió notoriedad en vida como actor y, sobre todo, como autor. Ahora bien, nuestras lagunas respecto de muchas circunstancias vitales siguen siendo considerables.
William fue el tercero de los ocho hijos que tuvieron John y Mary Arden. El padre era alcalde de Stratford y fabricante de guantes, un hombre acaudalado aunque, ya mayor, tendrá problemas con la bebida. La familia de la madre tampoco tenía problemas económicos, sino todo lo contrario. Por lo tanto, William no parece que haya pasado ningún tipo de penuria material en su infancia.

En el año 1582 William Shakespeare se casó con Anne Hathaway, ocho años mayor que él. Sin embargo, poco después William se marcha a Londres dejando en Stratford a su familia, probablemente para ser actor de teatro. Son años difíciles para los biógrafos. A William lo encontramos, ya en 1592, como dramaturgo que ha adquirido ya cierta fama.
En los años siguientes la creatividad de William va a resultar desbordante, aunque recuérdese que entonces muchas obras no eran originales en el sentido moderno, sino que los autores solían coger temas ya tratados por la tradición, de manera que, bajo las rivalidades de la época, las acusaciones de plagio entre unos y otros se multiplicaban. El caso es que antes de acabar el siglo, Shakespeare escribe Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano y Julio César, entre otras.
El trabajo le resulta muy lucrativo. En los últimos años del siglo XVI, el dramaturgo se hizo con terrenos y casas en su ciudad natal. El blasón que se le concede representa su entrada en la gentry (la baja nobleza) y demuestra su imparable ascenso social. El éxito no sólo no agota su fertilidad, sino que muy por el contrario, Shakespeare va a a dar mayor trascendencia a sus obras sin perder la frescura tan característica de todos sus diálogos.
Cuando Jacobo I sustituye a la reina Isabel en el trono, el nuevo monarca nombra a la compañía de Shakespeare artistas de la corte. En ese contexto surgen sus tragedias más conocidas: la primera versión de Hamlet es de 1603 (año de la muerte de la reina), Otelo, quizá de 1604, El rey Lear y Macbeth, posiblemente escritas entre 1605 y 1606. Finalmente, entre ese año y 1611, aparecen obras como Coriolano, Antonio y Cleopatra y La tempestad, obra genial y asombrosa, en cuyo rey protagonista se ha visto al propio Jacobo I.
Shakespeare murió en abril de 1616 en su lugar natal. Legaba al mundo una obra dramática con una fuerza gestual y narrativa nunca vista hasta entonces, en la que se destacaban personajes arquetípicos que sin embargo se alejaban decididamente de cualquier cliché.
Dentro de algunos años nos toparemos con el cuatrocientos aniversario de su muerte y es de esperar que entonces se celebren unas conmemoraciones planetarias para recordar no sólo al genio inglés, sino también al gran manco español, muerto asimismo en 1616: Miguel de Cervantes.

Darkness By Shakespeare

                   I had a dream, which was not all a dream.
                   The bright sun was extinguish'd, and the stars
                   Did wander darkling in the eternal space,
                   Rayless, and pathless, and the icy earth
                   Swung blind and blackening in the moonless air;
                    Morn came and went--and came, and brought no day,
                    And men forgot their passions in the dread
                    Of this their desolation; and all hearts
                    Were chill'd into a selfish prayer for light:
                    And they did live by watchfires--and the thrones,
                    The palaces of crowned kings--the huts,
                    The habitations of all things which dwell,
                    Were burnt for beacons; cities were consum'd,
                    And men were gather'd round their blazing homes
                    To look once more into each other's face;
                    Happy were those who dwelt within the eye
                    Of the volcanos, and their mountain-torch:
                    A fearful hope was all the world contain'd;
                    Forests were set on fire--but hour by hour
                    They fell and faded--and the crackling trunks
                    Extinguish'd with a crash--and all was black.
                    The brows of men by the despairing light
                    Wore an unearthly aspect, as by fits
                    The flashes fell upon them; some lay down
                    And hid their eyes and wept; and some did rest
                    Their chins upon their clenched hands, and smil'd;
                    And others hurried to and fro, and fed
                    Their funeral piles with fuel, and look'd up
                    With mad disquietude on the dull sky,
                    The pall of a past world; and then again
                    With curses cast them down upon the dust,
                    And gnash'd their teeth and howl'd: the wild birds shriek'd
                    And, terrified, did flutter on the ground,
                    And flap their useless wings; the wildest brutes
                    Came tame and tremulous; and vipers crawl'd
                    And twin'd themselves among the multitude,
                    Hissing, but stingless--they were slain for food.
                    And War, which for a moment was no more,
                    Did glut himself again: a meal was bought
                    With blood, and each sate sullenly apart
                    Gorging himself in gloom: no love was left;
                    All earth was but one thought--and that was death
                    Immediate and inglorious; and the pang
                    Of famine fed upon all entrails--men
                    Died, and their bones were tombless as their flesh;
                    The meagre by the meagre were devour'd,
                    Even dogs assail'd their masters, all save one,
                    And he was faithful to a corse, and kept
                    The birds and beasts and famish'd men at bay,
                    Till hunger clung them, or the dropping dead
                    Lur'd their lank jaws; himself sought out no food,
                    But with a piteous and perpetual moan,
                    And a quick desolate cry, licking the hand
                    Which answer'd not with a caress--he died.
                    The crowd was famish'd by degrees; but two
                    Of an enormous city did survive,
                    And they were enemies: they met beside
                    The dying embers of an altar-place
                    Where had been heap'd a mass of holy things
                    For an unholy usage; they rak'd up,
                    And shivering scrap'd with their cold skeleton hands
                    The feeble ashes, and their feeble breath
                    Blew for a little life, and made a flame
                    Which was a mockery; then they lifted up
                    Their eyes as it grew lighter, and beheld
                    Each other's aspects--saw, and shriek'd, and died--
                    Even of their mutual hideousness they died,
                    Unknowing who he was upon whose brow
                    Famine had written Fiend. The world was void,
                    The populous and the powerful was a lump,
                    Seasonless, herbless, treeless, manless, lifeless--
                    A lump of death--a chaos of hard clay.
                    The rivers, lakes and ocean all stood still,
                    And nothing stirr'd within their silent depths;
                    Ships sailorless lay rotting on the sea,
                    And their masts fell down piecemeal: as they dropp'd
                    They slept on the abyss without a surge--
                    The waves were dead; the tides were in their grave,
                    The moon, their mistress, had expir'd before;
                    The winds were wither'd in the stagnant air,
                    And the clouds perish'd; Darkness had no need
                    Of aid from them--She was the Universe.
 
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